Hace más de un año que no coincidía con Plácido. Hoy nos encontramos en el restaurante de la Escuela.
– Me encuentras en mal momento – me dice – acabo de echar un rapapolvos a los alumnos de mi clase porque no hay derecho a que estos niñatos consentidos vuelvan de vacaciones sin ánimo ni entusiasmo declarando que están depres, que tienen síndrome postvacacional, y una toda una retahíla de monsergas que se intercambian unos con otros.
– Bueno, bueno. No te enfades tanto. Llevamos ya bastantes años con esa monserga. Lo promueven todos los medios, los psicólogos y gran parte de la sociedad que sigue lo que se pone de moda sin más reflexión.
– Me molesta porque estos niños de clase acomodada que asiste a mi Escuela de élite no tienen ningún derecho a volver a clase con tanta ñoñería.
– No son tus alumnos los que más te deben preocupar. Ellos ya son mayorcitos. Lo peor es la postura de esos padres que, delante de sus hijos, lamentan lo duro que es la vuelta al trabajo y por ende promueven lo mal que se van a sentir los pequeñines cuando retornen al cole.
– Es verdad, da vergüenza ver esa educación doméstica. La educación familiar debe revelarse contra la educación inducida por esa sociedad que comentamos. Una sociedad del consumo, del ocio, del bienestar, y demás bellos conceptos que deliberadamente se olvidan del esfuerzo, del trabajo y de la fuerza de voluntad para superar pequeñas incomodidades como es el final de las vacaciones.
– Fíjate, Plácido. En mi humilde familia nunca hubo vacaciones de verano. Mis padres seguían en sus respectivos trabajos sin interrupción. Recuerdo que solo hubo un año en el que nos fuimos a la playa mis padres, mi hermano mayor y yo. Gracias al esfuerzo de mi familia yo pude estudiar una carrera superior, cuyo día a día me costeaba impartiendo clases particulares. Es más, mientras mis compañeros de ingeniería podían permitirse visitas a fábricas por España y viajes de paso del ecuador y fin de carrera, yo me quedaba en casa sin depresiones ni síndrome raro alguno. Ni me sentía discriminado, ni reclamaba derechos a los que los recursos de mi familia no podía acceder.
– Eran otros tiempos, y no tan lejanos. Los padres deberíamos hablar con los jóvenes más de esos tiempos y los esfuerzos que implicaron. Para que entiendan que las particularidades que les ha tocado vivir ahora son completamente diferentes, unas mejores, otras no. Por eso no es de recibo promocionar estas posturas postvacacionales, sino todo lo contrario. Como hace la publicidad de Lidl con su slogan “Mola volver”.
– Buen ejemplo.Te brindo otro: Cuando a la vuelta al trabajo, sus colaboradores aparecen con los habituales lamentos, una directora que yo conozco bien les dice: “Hay que volver al trabajo para poder volver de vacaciones”.
Pues eso.
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