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Capítulo 1: La Escuela de Negocios ABS

(DÍA SÁBADO)

Don Plácido, el Director quiere hablar con Vd.

Aquella tarde yo estaba en la sala de profesores hablando con otro profesor cuando Toñi, la Secretaria de dirección de la Escuela entró para anunciarme el requerimiento del Director en voz lo bastante alta como para que todos los presentes se enteraran. Me levanté decidido hacia el despacho de César, el Director, que fue primero compañero y posteriormente jefe mío de trabajo y quien me impulsó a enrolarme en la Escuela de Negocios.

PL. —¿Se puede Sr. Director?— entreabrí la puerta sonriendo tras haber tocado suavemente con los nudillos.

C. —Plácido, déjate de bromas y entra que tenemos que hablar.

Me senté mientras observaba que, por primera vez, César dejaba de escribir en el ordenador y fijaba sus ojos en los míos girándose ligeramente para quedar bien enfrentado a la mesa.

César era una especie de superdotado por la naturaleza capaz de hacer varias cosas a la vez, esa virtud que dicen ser femenina. Yo no salía de mi asombro cuando César, que entonces era mi jefe, me llamaba al despacho y me requería alguna información mientras seguía trabajando en el ordenador con sus cosas. Incluso a veces además de escucharme y trabajar en una diabólica hoja Excel mantenía de fondo una teleconferencia en inglés perfectamente consciente de lo que en ese tercer frente estaba sucediendo, pues cuando su intervención era oportuna o requerida, me hacía una seña, desbloqueaba el mute y entraba en la call con perfecto switching mental al inglés.

Por eso cuando vi que al entrar en su despacho me ponía como prioridad exclusiva me di cuenta que algo importante se avecinaba.

C. —¿Se puede saber por qué coño me haces una cosa así? ¿Te has vuelto loco, o qué diablos te pasa? Me has puesto en una situación muy comprometida. —Eleva la voz César mostrando gran enfado y malestar.

PL. —Pero, ¿qué ha pasado? ¿A qué te refieres?

C. —¡No te hagas de nuevas, hombre! ¿Es que no has provocado lo suficiente en tu clase de ayer?

PL. —Ah, ya veo. Te habrán chivateado algo, lo habrán exagerado, manipulado, sacado de contexto,…

C. —Vamos a ver, vamos a ver —César me interrumpe cada vez más enfadado, —¿No es cierto que te explayaste en poner a parir a esta y a todas las Escuelas de Negocios?

PL. —Pero, ¿quién te ha dicho eso? Verás. Te explico lo que pasó. En la clase de los lunes invito a los alumnos a comentar los suplementos económicos, los de color salmón de los periódicos del domingo. Me parece muy formativo y a veces se genera un debate enriquecedor entre todos nosotros. El País publicó una entrevista con Henry Mintzberg1 y ninguno en la clase conocía a Mintzberg. Yo les expliqué que era un interesante investigador del Management en cuya evolución influyó enormemente.

C. —Claro, claro. ¿Y qué más les dijiste sobre Mintzberg? ¿Me lo puedes contar?

PL. —Pues les dije que en 1973 su libro “The Nature of Managerial Work”, fue muy importante, en él desmontaba el paradigma de la planificación estratégica imperante desde la década de los 50, debido a la velocidad de los cambios en los años 70 provocados principalmente por la crisis del petróleo y la irrupción de nuevas tecnologías.

C. —Sí, claro —me interrumpe César. —Pero, ¿no es verdad que también citaste su libro “Managers no MBAs”? (A)

PL. —Of course. No se puede hablar de Mintzberg sin citar ese trabajo.

C. —¡Ya! Y has criticado a las Escuelas de Negocios porque, según tú, basan sus enseñanzas en el análisis de casos con enormes complejidades que luego no se dan en la práctica, modelos de ingeniería financiera para maximizar el beneficio y toda clase de masturbaciones mentales. Dijiste eso, ¡me han dicho que dijiste eso! ¡¡¡Masturbaciones mentales!!! —César estaba fuera de lugar, lo cual era muy extraño en él.

PL. —Quizás lo dijera en mi apasionamiento. Puede ser. No lo recuerdo.

Ante mi confesión César se calmó.

C. —Por favor. ¿Me puedes decir dónde impartes clases y quién te trajo de profesor para la asignatura “Ética en los Negocios y Responsabilidad Social Empresarial”?

PL. —Es cierto. Fuiste tú quien me propusiste que viniera de profesor a la Advanced Business School.

C. —Plácido, has defraudado mi confianza.

PL. —Perdona —se apresura Plácido a responder —Yo te advertí antes de venir que necesitaba tener libertad de expresión. ¿Te acuerdas? Y tú me dijiste que por supuesto, que era uno de los puntos del Código Ético de ABS. Es más, me entregaste una copia y me pediste escrupuloso cumplimiento y respeto.

C. —¡¡¡No me jodas!!! ¿Alguien podría entender que la libertad de expresión en una Escuela de Negocios incluye desacreditar de esa forma a las Escuelas de Negocios? Pero si además me han dicho que te alineaste con  Florence Noiville (B), quien pone a parir los MBA y a las Escuelas de Negocios. ¡Aquí! En una Escuela que ostenta un puesto relevante en el ranking europeo. ¡Tú has perdido el juicio!

PL. —Bueno, fue Pere Casals el que sacó ese tema preguntándome si yo estaba de acuerdo con las tesis de esa autora en su obra “Soy economista y os pido disculpas”.

C. —Y tú no solo asentiste, sino que aprovechaste para explayarte explicando a toda la clase lo que la escritora francesa defiende, que no es precisamente elogiar a las Escuelas de Negocios.

PL. —Ya caigo. Alguien te lo habrá filtrado en forma maliciosa vía Pere Canals. Pere es el típico alumno que viene a destacar más que a aprender. A él le encanta la ortodoxia, es profesor en la Facultad de Económicas. Ese tío es un trepa, un listillo que quiere pasar rápidamente de alumno a profesor sin ninguna experiencia práctica en la empresa.

C. —Te equivocas. Ha sido un profesor compañero tuyo. Pero no le demos más vueltas. Solo quería asegurarme que lo que me han contado era verdad. Y me lo has confirmado al cien por cien.

PL. —Bueno, César. Siento haberte puesto en un compromiso y verte tan molesto —asumí con humildad. —No era mi intención desacreditar a las Empresas de Negocios y menos a ABS que me permite disfrutar impartiendo clases aquí. Que conste que estoy totalmente a favor de las Escuelas de Negocios. Lo que pasa es que coincido con Mintzberg en que los profesores de las Escuelas de Negocios deben revisar sus postulados y también con la economista francesa, en que deben potenciar la ética. Por cierto, como claramente lo expresa el Código Ético de este Centro. Lo que el otro día se planteó en la clase fue un debate libre y abierto a todos para que cada alumno forme su criterio. Eso es la “universitas”, ¿o no?

C. —No estamos aquí para hablar de eso…


Desde que arrancó la crisis económica en Estados Unidos se desató una discusión internacional sobre el modelo de enseñanza de las Escuelas de Negocios, debido a que muchos de los gestores protagonistas de la crisis habían sido formados en ellas”


PL. —Tú sabes que desde que arrancó la crisis económica en Estados Unidos se desató una discusión internacional sobre el modelo de enseñanza de las Escuelas de Negocios, debido a que muchos de los gestores protagonistas de la crisis habían sido formados en ellas. No debemos seguir enseñando igual. Y el antídoto es la autocrítica y la transparencia; para las Escuelas de Negocios, para el Management… y para la Sociedad en general.

C. —Plácido, has ido demasiado lejos. Es de locos bombardear el castillo con sus propias bombas y desde su interior. Mira, para hacer las cosas más sencillas, no me queda más remedio que pedirte que renuncies a tu puesto en este mismo momento. Aunque no llevas más que este año y no te va a representar un ingreso sustancial te daremos tu indemnización como si de un despido se tratara.

PL. —No, César, eso no. En este caso es mi propia ética la que no me permite dimitir, máxime cuando solo faltan varias clases para el fin de curso. Otra cosa es que me dejes continuar hasta el final y cancelemos el contrato sin renovación alguna. Eso sí lo podría aceptar.

C. —Pero, ¿qué me estás diciendo? Crees que yo te podría volver a contratar el año que viene? ¡Volver a meter al Caballo de Troya en la Escuela! ¡Ni hablar, hombre! No puedo mantenerte ni un día más. Mira, porque me he enterado hoy, si no el mismo día de tu performance, habrías tenido que dimitir.

PL. —Siento contrariarte, créeme. Pero me tienes que despedir. No puedo ser incoherente conmigo mismo.

César, en silencio, no salía de su asombro. Sin quererlo le puse entre la espada y la pared. ¡No era yo, sino él quien tenía un problema, quien estaba entre la espada y la pared!

PL. —La responsabilidad de todo lo que dije es mía y asumo sus consecuencias. Despídeme sin contemplaciones. Es la mejor manera de que tu posición no quede involucrada y los demás te respeten.

C. —Será bruto… —murmuró César para sí, sin ser consciente de que su atenuada voz llegó a mis oídos.

Procuré esbozar una mueca de simpatía y añadí:

PL. —Contravengamos la historia y hagamos que, por una vez, César mate a Bruto.

César soltó una media carcajada mientras se levantaba de su sillón. Yo hice lo propio. César se me aproximaba y quedaba de pie frente a mí mirándole a los ojos.

C. —Eres un cabrón. Un cabrón coherente. ¡Qué envidia me das!

PL. —No, no soy un cabrón. Lo que pienso es que las Escuelas de Negocios tienen que evolucionar y educar sobre la base de un Management más ético, y permitir que cada alumno forme su pensamiento sin imponer la ortodoxia dominante y el pensamiento único empresarial. En pocas palabras, para que los futuros dirigentes abandonen las Escuelas de Negocios con vocación de líderes auténticos. No debemos formar líderes de acero aferrados únicamente a sus números y al valor de la ingeniería financiera, sino forjar líderes con valores, con auténtica responsabilidad personal, profesional y social.

César exhaló con fuerza y exclamó:

C. —Si yo te entiendo. Sé que en ABS continuamos impartiendo las materias prácticamente igual que hace 20 años cuando este Centro se creó. En teoría yo vine aquí hace 3 años para dar un giro a los programas y solo hemos maquillado algunas cosas no sustanciales. ¿Crees que puedo estar contento con esta situación, y que no me doy cuenta que el Management debería acometer una honesta regeneración?


No debemos formar líderes de acero sino forjar líderes con valores, con auténtica responsabilidad personal, profesional y social”


PL. —Bueno, este año has hecho algo realmente importante, una gran incorporación. Me fichaste a mí. —Reí para suavizar la sinceridad de César y no abusar de su cambio de actitud.

C. —No te burles Plácido, que yo lo estoy pasando muy mal. Tu caso es otro hito más que alimenta las luchas de poder dentro de la casa.

PL. —Pero tú ostentas la máxima autoridad. Dejaste la General Chemical porque lo que te ofrecían en ABS era algo que no podías rechazar. Y además con atribuciones totales para emprender una nueva etapa de renovación y expansión internacional. Eso fue lo que me dijiste entonces en privado.

C. —Mentira, Plácido. Todo mentiras… Te voy a confesar algo, y que quede entre nosotros. No era verdad. El Consejero Delegado es demasiado conservador, es un inmovilista y se pone a todo cambio. Y el resto del Consejo no se atreve a contradecirle y no quieren cambiar nada que toque lo fundamental. Yo dejé la General Chemical para liderar un proyecto apasionante que era falso, que se quedó en nada. Bueno, excepto la internacionalización, en eso sí están interesados y ponen la pasta porque lo ven como una inversión. Ojo, que reconozco que implantarse en el extranjero es una política muy acertada. En el 2009, cuando se agudizó la caída de la demanda nacional, ABS inició su expansión internacional, y actualmente el 55% del negocio y los beneficios vienen de fuera de España. Pero en lo que respecta a mi incorporación, he llegado a la conclusión que se debió a luchas de poder dentro del Consejo que se resolvieron trayendo de una gran multinacional a un gestor “independiente” con experiencia internacional al cual en seguida cortaron las alas. Aquí cualquier innovación es una labor de titanes, no puedes imaginar las resistencias que encuentro ante cualquier simple cambio. Otras escuelas de la competencia sí han introducido cambios y reorientan sus programas de acuerdo a los tiempos actuales, pero estos carcamales me bloquean todo. Eso sí, la remuneración es excelente. —César calló y se quedó pensando, como abstraído. —Es que mi caso no es como el tuyo. Tus hijos ya están situados, tú pronto te jubilas en la GC, y a dar clases tan tranquilo… Pero mis hijos todavía no han terminado los estudios…, tú ya me entiendes…


“…también el Management debería acometer una honesta regeneración”


PL. —Pues claro que te entiendo. Después de 15 años en la General Chemical remando en la misma barca, ¿cómo no voy a saber cómo piensas? Sé perfectamente que en el fondo opinas igual que yo. Por supuesto que comprendo tu posición. El Consejo de Administración manda y no permitiría un profe que ha sido señalado como iconoclasta y revolucionario. Quien manda, manda.

Creo que César se dio cuenta que estaba hablando demasiado, que la coherencia y el aplomo de su amigo le habían desarmado. Se había ido de la lengua compartiendo con el viejo colega de la GC más que reprendiendo a su subordinado en la ABS. Su potente cerebro procesó rápidamente que esas cosas no se confiesan a alguien a quien se va despedir. Cambió inmediatamente el semblante y el tono. Recuperó la posición.

C. —Vamos a ver Plácido. Tú eres un cabezota y no aceptas dimitir, pero yo tampoco quiero despedirte. Vamos a hacer una cosa, tú y yo no hemos tenido esta reunión. Déjame ver cómo puedo reconducir esta mierda.

PL. —Por mí encantado. Personalmente no tengo aquí problemas con nadie y disfruto mucho dando clases a mis alumnos. Pero si en algo te compromete, no vaciles, yo tengo mi trabajo en la GC todavía por 1 o 2 añitos más hasta que me jubile.

C. —OK. Así lo hacemos. Pero recuerda: ni tú me has dicho, ni-yo-tehe- dicho nada de nada —dijo recalcando su parte.

Cesar abrió sus brazos. No hubo más palabras. Tras el abrazo, giré sobre mis talones, enfilé la puerta y antes de cerrarla desde el exterior miré a César, y levantando levemente mi mano derecha me despedí con un simple:

PL. —¡Gracias!

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